El envejecimiento se ha definido como un proceso individual que implica una serie de cambios (biológicos, sociales, psicológicos…) en las personas que lo atraviesan (Ribera, 2014). Se trata por tanto de un fenómeno natural que afecta a todas las personas, además de una construcción social, en términos de representaciones de una realidad.
En la actualidad coexisten descripciones conceptuales ambivalentes sobre los procesos de envejecimiento. En algunos sectores persiste la concepción de la vejez asumida únicamente como un problema, entendida como un estado de progresivo deterioro y pérdida de capacidades físicas y mentales, relacionado con dependencia, discapacidad y falta de productividad (Giró, 2006).
Ahora bien, desde el campo de la gerontología esta etapa vital integra también una perspectiva social y no meramente centrada en la salud. Así, se entiende la vejez como una oportunidad de contribuir a la sociedad en la medida que las personas tienen más experiencia y habilidades que aportar.
El “envejecimiento activo” es un proceso que trata de optimizar oportunidades en diferentes dimensiones para así mejorar la calidad de vida de las personas a medida que estas envejecen. Estas dimensiones, interdependientes y reforzadas entre sí, son salud, participación y seguridad.
Para lograr que la población envejecida se incorpore y sea partícipe de manera efectiva en la sociedad, en la II Asamblea del Envejecimiento (2002) se oficializó el concepto de “Envejecimiento Activo”, entendido como un proceso que persigue optimizar oportunidades en distintas dimensiones (salud, participación y seguridad) con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen.
Todas estas dimensiones son interdependientes y se refuerzan mutuamente. De acuerdo con la OMS (2002), la salud es reconocida como el principio esencial de la calidad de vida de la población y es entendida como un estado completo de bienestar físico y no solamente como la ausencia de enfermedades.
Asimismo, la definición de “envejecimiento activo” incorpora la participación en la sociedad como un aspecto esencial del concepto, considerando las necesidades, capacidades y deseos de las personas mayores tanto a nivel individual como colectivamente. Además, destaca que la participación de este grupo poblacional, como cualquier otro, puede contribuir a la transformación social, a la igualdad, inclusión y empoderamiento de las personas implicadas, invitando a la pluralidad y asegurando un carácter democrático.
Por último, el concepto de “envejecimiento activo” incorpora la seguridad referida a los apoyos y cuidados que pueden requerir las personas en este proceso vital, y que aseguran la protección ante distintos factores, como la pobreza, el aislamiento, o el abandono.
Además de las anteriores dimensiones, vinculadas a una perspectiva social, existe un componente de carácter individual que influye en el logro de un envejecimiento activo. En este sentido, se considera necesario mantener las capacidades adquiridas a lo largo de la vida así como fomentar las oportunidades de realizar actividades que estimulen a la persona, y que favorezcan su autonomía y bienestar.
Asimismo, el modelo recoge la influencia de diversos factores en interacción con los anteriores, que impactan en el logro de un envejecimiento activo. Estos se recogen gráficamente a continuación:
- El género es una construcción social que influye en la manera que cada grupo social determina las funciones, comportamientos esperados y deseados y los atributos que se asignan a los hombres y las mujeres en cada sociedad, a partir de las diferencias biológicas (sexo).
- La cultura hace referencia a los valores, pautas y normas compartidos de una sociedad. Se transmite por aprendizaje social, es decir, a través del proceso de socialización de la persona (en la familia, en la escuela, etc.).
*Tanto el género como la cultura están ligados a factores sociales, y por lo tanto, condicionan a la persona y su entorno a lo largo de su vida.
- Las conductas individuales saludables, como tener una dieta equilibrada, realizar actividad física, etc., promueven una vida más larga y evitan los riesgos de mortalidad prematura, morbilidad y discapacidad.
- En cuanto a los determinantes personales y psicológicos que son específicos de la persona, hacen referencia a la biología y la genética de los sistemas corporales y las funciones del organismo, incluyendo los procesos cognitivos y factores psicológicos. Así, la vejez afecta de manera diferente a todas las personas en cuanto a los cambios que se producen en dichos sistemas y funciones, y también a las interpretaciones subjetivas que cada uno realiza sobre estos aspectos.
- El ambiente físico hace referencia al espacio en el que se desarrolla la vida de las personas. Es preciso que se ajuste a las características y necesidades funcionales de la persona, para que esta se desenvuelva en un entorno libre de barreras, inclusivo y promotor de la vida independiente (espacios públicos abiertos, diseños urbanos, transporte, edificaciones, etc.).
- Los aspectos sociales recogen determinantes como la educación, el apoyo o la exclusión social, así como la protección (o desprotección) ante abusos o violencia. Todos ellos influyen en el bienestar de la persona a lo largo de su vida aunque en edades avanzadas pueden tener un mayor peso debido al incremento de la vulnerabilidad. No obstante, en muchas ocasiones estos factores no son tenidos en cuenta o se minimiza su importancia.
- Los determinantes económicos son aquellos que influyen en la salud, seguridad y en las oportunidades que tiene la persona de participar de una manera activa en la sociedad. En este sentido, el empleo y las condiciones de trabajo, la vivienda, y los recursos (pensión, etc.) son factores esenciales para favorecer el bienestar en edades avanzadas.
- Y por último los servicios de salud y los servicios sociales, son fundamentales para dar respuesta a las necesidades de la población mayor. Así, promover la salud, prevenir, o ayudar a manejar los problemas asociados a la salud en etapas avanzadas de la vida (como las alteraciones en los sistemas sensoriales -vista, oído, etc.-, los trastornos del estado de ánimo, el deterioro cognitivo, etc.), son aspectos que hay que tener muy en cuenta en estas edades.
En términos generales, la adopción del modelo de envejecimiento activo en las políticas públicas debe estar basado en el reconocimiento efectivo de los derechos, las necesidades y capacidades de las personas que se encuentran en esta etapa vital, proporcionando protección, seguridad y cuidados acordes a cada persona (Giró, 2006), teniendo en cuenta sus propias experiencias vitales.
Todo ello con el objetivo de alcanzar las edades avanzadas en buenas condiciones físicas, psíquicas y sociales –áreas en las que se producen los principales cambios vitales asociados al envejecimiento– para disfrutar de una óptima calidad de vida en estas etapas de la vida.
Por todo ello, lograr una cultura de envejecimiento activo y saludable ha de venir de la mano de un cambio de mentalidad y de actitudes en la sociedad, haciendo partícipes a las personas mayores en todos los ámbitos de la misma y evitando su aislamiento y exclusión social. Paralelamente, el envejecimiento activo implica necesariamente el desarrollo de políticas públicas dirigidas a satisfacer las necesidades, expectativas y derechos de todas las personas, incluyendo a las personas con discapacidad, para que este proceso sea lo más saludable posible.
Por tanto, la adopción del envejecimiento activo se traduce en una contribución clave a todos los niveles de la sociedad dejando de lado la visión del envejecimiento como un periodo de vulnerabilidad, deterioro y desconexión (OMS, 2015). Implica promover la participación continua de las personas mayores, incluyendo a las personas con discapacidad, de forma individual y colectiva en los aspectos sociales, económicos, culturales y espirituales de la vida en sociedad (Ribera, 2014).
No obstante, el cambio de paradigma de la vejez es un reto todavía pendiente para la sociedad en general, y también para los agentes más relevantes para este cambio, como los poderes públicos, los distintos sistemas existentes (sanitario, social, etc.) y las organizaciones vinculadas al sector.
En el caso concreto del envejecimiento de las personas con discapacidad, es necesario señalar el desafío adicional apuntado por la OMS (2002), que destaca el incremento de la vulnerabilidad de las personas que forman parte de este colectivo al llegar a edades avanzadas así como el aumento del riesgo de agravamiento cuando se presentan enfermedades crónicas asociadas o la persona ha vivido con la discapacidad a lo largo de todo su desarrollo.